El peligro de nombrar lo que no entendemos: La epidemia de etiquetas en la infancia

Había una vez un niño que se movía rápido, que preguntaba mucho, que veía el mundo con otros ojos. “Es hiperactivo”, dijeron. Hubo otra niña que soñaba despierta, que se perdía en sus pensamientos, que a veces no escuchaba cuando la llamaban. “Debe tener un trastorno de atención”, sentenciaron. Así, sin pensarlo demasiado, sin mirar más allá, los nombres impropios comenzaron a multiplicarse, como una epidemia silenciosa que transformó la infancia en diagnósticos o etiquetas.
En su libro Una nueva epidemia de nombres impropios, el psicoanalista Juan Vasen nos invita a reflexionar sobre esta peligrosa tendencia a etiquetar a los niños antes de comprenderlos. En una sociedad que busca respuestas rápidas y soluciones inmediatas, cada dificultad, cada diferencia, cada rasgo que no encaja con la norma parece necesitar un nombre clínico. Pero, ¿qué perdemos cuando reducimos la singularidad de un niño a un diagnóstico?
¿Por qué nombramos tanto?
Nombrar algo nos da la ilusión de control. Si puedo decir qué es, si puedo definirlo, entonces sé cómo tratarlo. Pero esta práctica, que podría ser útil en algunos casos, se vuelve peligrosa cuando etiquetamos a los niños con diagnósticos apresurados, sin entender su historia, su entorno, su forma única de ser.
No se trata de negar que existen condiciones como el TDAH, el TEA o los trastornos de aprendizaje. Se trata de reconocer que no todo niño inquieto es hiperactivo, que no toda niña distraída tiene un déficit de atención, que no toda emoción intensa es un trastorno. Se trata de recordar que la infancia es movimiento, cambio, exploración. Y que crecer no es una enfermedad.
El impacto de un nombre que no corresponde
Cuando a un niño le decimos que es “problemático”, que “tiene algo mal”, su forma de verse a sí mismo cambia. Un diagnóstico mal puesto puede volverse una profecía autocumplida: si soy un problema, me comportaré como tal. Si me dicen que no puedo concentrarme, dejaré de intentarlo.
Investigaciones han demostrado que la etiqueta de un diagnóstico puede influir en el desarrollo de un niño más que sus propias características. Según un estudio publicado en Journal of child psychology and psychiatry (2020), el modo en que los adultos interpretan el comportamiento infantil tiene un impacto directo en la autoestima y en la capacidad de adaptación de los niños (Fitzgerald et al., 2020). En otras palabras, lo que los niños escuchan sobre sí mismos se convierte en su realidad.
El desafío de escuchar en lugar de etiquetar
En lugar de apresurarnos a darles un nombre clínico a los comportamientos infantiles, podemos hacer algo más valioso: observar, escuchar, comprender. Algunas preguntas que pueden guiarnos en este camino son:
- ¿Cómo es el contexto de este niño? ¿Está atravesando cambios, estrés o situaciones difíciles?
- ¿Qué le gusta? ¿Cuándo se siente seguro y cómodo?
- ¿Qué necesita para aprender mejor? ¿Un espacio más tranquilo, más movimiento, más pausas?
- ¿Cómo puedo ayudarlo sin reducirlo a una etiqueta?
La educación emocional, la crianza respetuosa y la adaptación de los entornos escolares pueden hacer mucho más que un diagnóstico mal aplicado. Como adultos, tenemos la responsabilidad de crear espacios donde los niños sean vistos por lo que son, no por los nombres que les ponemos.
Ejercicios para ver más allá de la etiqueta
Si eres madre, padre, docente o trabajas con niños, te invito a probar estos ejercicios:
– El diario de fortalezas: Cada día, anota tres cosas positivas sobre el niño que tengas en mente. Puede ser su creatividad, su curiosidad, su persistencia. Verás cómo cambia tu mirada.
– El juego del espejo: Pregunta al niño cómo se siente cuando lo llaman de cierta manera. ¿Cómo se siente cuando le dicen “despistado”, “conflictivo” o “problemático”? Ayúdale a encontrar palabras más amables para describirse.
– Un día sin etiquetas: Prueba, por un día, hablar de las conductas de los niños sin usar etiquetas. En lugar de decir “eres muy desordenado”, prueba con “veo que tus cosas están por todos lados, ¿quieres que te ayude a organizarlas?”. El lenguaje que usamos construye la realidad de los niños.
Conclusión: Más humanidad, menos diagnósticos apresurados
La infancia no es un diagnóstico. Es un tiempo de exploración, de prueba y error, de crecimiento. Antes de ponerle un nombre a lo que no entendemos, intentemos comprender. Antes de etiquetar, escuchemos. Antes de diagnosticar, preguntemos qué necesita ese niño, cómo podemos acompañarlo mejor.
Juan Vasen nos alerta sobre la epidemia de nombres impropios porque sabe que, al final del día, cada niño es más que una etiqueta. Es un universo en construcción. Y merece ser visto, no reducido.
Escrito por Rebeca Carrasco García
Psicóloga clínica en Self psicólogos en Majadahonda

📌 Lecturas recomendadas:
- Una nueva epidemia de nombres impropios, de Juan Vasen.
- Míguez, M. N., & Sanchez, L. (2017). Cuerpos y emociones. Etiquetas en la infancia. GEOMETRÍAS SOCIALES, 191.
- Cómo el diagnóstico afecta la autoestima infantil (Journal of Child Psychology and Psychiatry).
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